LA HISTORIA LINGÜÍSTICA DE MI FAMILIA (Blanca Gómez de 2º de bachillerato C)




En nuestro día a día charlamos con nuestros amigos, hablamos con familiares… y para nosotros es una forma de hablar y comunicarnos de lo más normal. Pero hasta llegar a nuestros días, igual que cada uno de nosotros provenimos de unos ancestros, el lenguaje que utilizamos ha ido evolucionando con el tiempo. Mi familia, desde mis bisabuelos, son naturales de Corella. Ellos y sus descendientes han vivido en nuestro pueblo a lo largo de los años. No puedo aportar palabras de otros lugares que utilizaran mis familiares pero sí he podido descubrir un sinfín de palabras que ya utilizaban mis bisabuelos y abuelos.

Es curioso conocer que en su época utilizaban palabras muy específicas para los oficios, la cocina o los motes que les ponían a cada persona por el que luego era conocida toda la familia durante generaciones. Mi abuelo me ha enumerado oficios que incluso ya no existen, como alpargateros, esportiqueros, colanderos o hiladores. El alpartaguero era el que hacía alpargatas, zapato utilizado mucho entonces o el colandero quien lavaba la ropa en el río, por ejemplo.

Si se referían a la cocina, entonces limpiaban “la chapa”, era como una estufa grande que se encendía con leña (ahora sería nuestra vitrocerámica). Ahí ponían los pucheros para cocinar (nuestras cazuelas de hoy en día) y de vez en cuando les daban “voltetas” con la cuchara. Era muy importante ponerse el “mandil” para no mancharse mientras se cocinaba. Y si todo esto me ha parecido increíble y muy desconocido, aún ha sido más interesante oírle hablar de los motes, que era como conocían a las personas y sus familias. Podía haber desde motes internacionales, como el Rusillo, el Polaco o el Chino. Otros relacionados con la eclesiástica, como el Fraile, el Obispo o el Papa. Con las fuerzas armadas (a mi bisabuelo lo conocían como el Sargentillo) o sencillamente los conocían como números, el Siete, el Catorce o el Veintiocho. Mi generación no utilizamos estos “motes” y nos conocemos más por nuestros apellidos, aunque es verdad que se sigue poniendo algún que otro mote a algún amigo por cómo es o algo puntual que haya hecho en algún momento.

Mi abuelo me cuenta cómo se comían rápido el helado para que no se “regalara” o brincaban las niñas la comba. O cómo de mayores bailaban en los guateques y se ponían el mejor “niqui” para salir. Cómo bebían en el “porrón” el vino, llamaban al picaporte o encendían el candil para tener algo de luz en casa.

En nuestra generación, los helados se derriten y los niños saltan a la comba. Salimos los fines de semana para ir a la Mega o a la Nest y tardamos en elegir el “outfit” con el que saldremos por ahí. Bebemos en latas o vasos y cuando buscamos a nuestros amigos , directamente les enviamos un whatsapp  y para tener luz en casa le damos a un sencillo interruptor.

Tanto para nuestros abuelos como para nosotros este intercambio de palabras es muy chocante y peculiar. Por ejemplo, ahora que tengo la oportunidad de aprender otros idiomas, como el inglés, en el que me he sacado el título del B2 este año, conozco muchas más palabras de esta segunda lengua, que de las del antiguo corellano, algo impensable en esa época.

Pero lo que es innegable es que el lenguaje va de la mano de la sociedad y su desarrollo, sus costumbres y tradiciones propias de cada lugar y va cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos.

 


Ilustración: https://www.pinterest.es/pin/958914945629131612/

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